Moncho Fernández, el alquimista que pudo trabajar con oro

La Voz

DEPORTES

05 jun 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Antes de viajar a Burgos con dos victorias de ventaja en el bolsillo, Moncho Fernández, el técnico del Obradoiro conocido con el sobrenombre de el Alquimista de Pontepedriña, ya dejaba claro que la temporada en curso no casaba bien con su apodo. Lo explicaba con su habitual discurso didáctico: «El alquimista transforma plomo en oro y yo, esta campaña, plomo no he tenido».

La reflexión concuerda con otra que, al poco de comenzar la campaña, ya anticipaba su optimismo: «Hemos avanzando en dos meses lo que podría habernos llevado cuatro».

Moncho Fernández ha sabido manejar el grupo con buen criterio desde el primer día y no se ha cansado nunca de repartir méritos, empezando por sus colaboradores más cercanos, siguiendo por los jugadores y llegando a todos los estamentos del club. Porque es difícil encontrar una temporada tan redonda para un proyecto que encontró su golpe de pedal y lo defendió con fe hasta las últimas consecuencias.

En el plano deportivo, el técnico santiagués es de los que defiende que los equipos deben construirse a partir de un base y de un «cinco». Para el primer puesto no dudó en consumir una de las dos plazas reservadas a jugadores extracomunitarios. Todos los timoneles nacionales de primer nivel estaban ya enrolados y apostó por el puertorriqueño Andrés Rodríguez. Acertó.

Para el juego interior tampoco tuvo dudas. En cuanto se le presentó la opción de Oriol Junyent la puso en primer lugar en la lista. El pívot catalán, coleccionista de ascensos, garantizó puntos, rebotes y liderazgo silencioso.

En el baloncesto de Moncho Fernández la defensa es piedra angular que no admite discusión. Lo dijo desde el primer día y los números lo han corroborado. El Obradoiro ha sido, con diferencia, el equipo de la LEB que menos puntos ha encajado.

Vertiente sentimental

El alquimista de Pontepedriña era uno de los rostros más emocionados en Burgos, en cuanto se confirmó el ascenso. Para él tenía un significado especial, un componente sentimental añadido. Porque es compostelano, al igual que sus ayudantes y el director gerente. Y porque sus primeros recuerdos de un partido de baloncesto son de cuando tenía seis años y su padre, ya fallecido, lo llevaba al viejo pabellón del Sar.

Con la conquista firmada en El Plantío, de alguna manera puede presumir de ser profeta en su tierra, en una campaña en la que el equipo siempre ha estado arropado de forma incondicional por la afición.